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Ya no me estorba el ruido al crecer de la hierva, la ruina manando en las fuentes, ni el aletear de jilgueros, que enturbian las venas, que haciendo leña de patas de cama y timones, espanto a todas las culebras y remonto el río a traspiés.
Si las cuerdas del trapecio las corte fue para subir y atarlas y ver a la luna otra vez. Y volverlas a cortar una y mil veces y boquear como los peces cuando les toca perder.
Me desentraño y el eco suena en la despensa yo se que vendrá a desquitarse, el sabe que me ha de encontrar x las mimas callejas, vendiendo tumbos, sin rumbo, coraje ni prisa, vertiendo minutos de arena y haciendo sendero al caer.
Y el trapecio me regala calderilla para verme de rodillas pero no le rezaré. De las mechas que ha prendido en la penumbra soy la que menos alumbra, y es que nunca quise ver.
Y cuando me araña las tripas, la zarza de pena que esconde, me mezclo un ratito en el ancla que lastra mi vida y que no llega al fondo.
Poco me importa, quizás despojarme del cieno, que me habita entre las orejas, si a caso ensuciarme el regazo, para si se va todo la mierda, reírme entre los lamparones, y que la humanidad entera mañana se muera y da igual.
No quiero ser más que el esqueleto de lo que he sido, que cuenta al oído su penar, solo el murmurar de los cimientos, enloquecidos, que nadie ha podido desflorar.