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Niña de veinte años, cruel como quien puede
que mirabas de lejos con asco el movimiento
sangriento de mi boca en el vacío
de la
habitación que nadie toca, y donde
se desliza por las tardes la serpiente, niña
clavel desafiando mi impotencia, blanco
semen en el ojo; aplastaría
bien lo sabes tus ojos con toda la ceniza de mi alma
que ha muerto y no descansa, y llenaré sin duda
algún día tu tierra del incienso dorado de mi mierda
cuando sepas, ya tarde, en aquel demasiado
en la serpiente que recorre los libros de mi cuarto
que también de tus sesos, sedienta por misterio,
masticará los restos el fuego de Locura, el fuego
sin piedad que hoy me escupe
desde ti, de tu nombre joven, Miriam, desde tu carne cruda
el horrendo enigma que llevo y que no sé, y que llevas
por costumbre atado al zapato del colegio
y enseñas a las otras sin decir nada, sonriendo,
diciéndoles, mira
mira, el persiguió esta sombra y dijo que era LA VIUDA.