Su herida golpead de vez en cuando;
no dejadla jamás que cicatrice:
que arroje sangre fresca a su dolor,
y eterno viva en su raíz el llanto.
Si se arranca a volar, gritadle a voces
su culpa: ¡qué recuerde!
Si en su palabra crecen flores, nuevamente,
arrojad pellas de barro oscuro al rostro;
pisad su savia roja.
Talad, talad. que no descuelle el corazón
de música oprimida.
Si hay un hombre que tiene
el corazón de viento,
llenádselo de piedras
y hundidle la rodilla sobre el pecho.
(Pero hay que tajar noche
- tajos de luz- para salir al Alba
y acuchillad los muros de las heridas altas
y ametrallar las sombras con la vida
en las manos
sin paz,
amartillada).
Tengo más vidas que un gato:
me muero siempre, y me mato
un poco cada vez que muere
cualquiera de mis hermanos:
la hierba, ratones, las tías, los gitanos,
los peces, los pájaros, los invertebrados,
las moscas, los niños, los perros, los gatos,
la gente, el ganado, los piojos que mato,
los bichos salvajes, los domesticados,
y que pena, si mueres, de los pobres gusanos.
Tú arranca:
yo oigo gritar a las flores.
Allá tú con tu conciencia,
yo soy cada día más malo;
estoy perdiendo la paciencia.
Tú arranca,
yo aprendo como aguilucho.
Vuelo a un mundo imaginario'
(No puedo seguir: escucho
los pasos del funcionario).
Tomado de AlbumCancionYLetra.com
Las estrofas en cursiva están extraidas del libro 'Las soledades del muro' de Marcos Ana.